La subida a la Fuente de la Reina: La cima de los sentimientos

Este mítico puerto despierta emociones en cualquier aficionado y es un resumen de la propia vida: sonrisas y sufrimiento

Las pulsaciones se van calmando poco a poco y las endorfinas empiezan a correr por el cuerpo como un torrente descontrolado. En sus últimos metros, la carretera se abre y da paso a una pequeña recta. Una cinta oscura que se estira como un chicle para desaparecer luego en alguna parte. De forma paulatina, el ciclista empieza a abandonar ese túnel interior en el que se había introducido y ahora se deja caer en dirección a un letrero marrón que da fe del nombre y de la altura: Puerto del León, 900 metros sobre el nivel del mar. El momento de separar las calas requiere un giro ligero del tobillo hacia fuera y enseguida se emite el característico crujido: «Clack, clack». El ciclista apoya su bicicleta en uno de los barrotes que sostienen el letrero y se dirige, aún algo tieso, en dirección a la falda de la montaña para mirar en dirección Norte y avistar la bahía de Málaga. En el otro lado de la carretera, unos metros para bajo, se erige una construcción de cemento que recoge la lluvia que va cayendo de los montes. Una llave abre un pequeño grifo y según el día sale un fino hilo de agua o no. Ahí están incrustadas en piedra maciza las cuatro palabras que, pronunciadas de forma conjunta, evocan grandes emociones. El ciclismo siempre dibujó sus grandes campos de batalla en la montaña. Si Francia tiene su Alpe d’Huez, Málaga tiene a la Fuente de la Reina.

Por ese nombre se conoce en realidad la subida al Puerto del León. Son 16 kilómetros con varias rampas al 10% o más de pendiente. Un ascenso de primera categoría que se ha convertido con los años en un auténtico lugar de peregrinación. De todos las subidas que ofrece el vasto mapa de la geografía española, ninguna reúne unas características tan específicas como la Fuente de la Reina. Una amalgama elegante y simple de serpentinas y zonas arboladas. Conquistable tanto si llueve como si hace calor. Una subida que comienza en la misma ciudad, en la Plaza de Fuente Olletas, lo que le imprime a este puerto una accesibilidad extraordinaria. La ruptura con la contaminación urbana es brusca. En pocos metros, el ruido de los coches se sustituye por el gorjeo de los gorriones.

Subir puertos es como un resumen de la vida, donde el sufrimiento y las alegrías se van dando la mano. A Antonio Lozano sólo le falta tatuarse Fuente de la Reina en el antebrazo. Tiene 43 años y trabaja para la Junta de Andalucía. Ya no sabe cuántas veces ha subido a la Reina, pero sí se acuerda de la primera vez: «Tenía 14 años y me escapé con una bicicleta de montaña que tenía entonces. Mi madre no quería que subiera, lo consideraba demasiado peligroso. Al final, cuando vio que las prohibiciones no servían de nada, me compró un casco. Al menos, que su hijo estuviera protegido debió pensar la pobre». Luego se ajusta las gafas y confiesa en voz alta: «Yo estoy enamorado de este puerto».

En su mundo perfecto, Antonio coronaría la Reina por la mañana y por la tarde, siete días a la semana. Antonio representa ese amor anónimo por la práctica del ciclismo que nutre a un deporte que ha experimentando un importante auge en los últimos años. Los sábados y los domingos, el ascenso a la Fuente de la Reina se convierte en un desfile colorido de maillots y sanas dosis de ambición deportiva.

La variedad es grande. Corre el Movistar y el Bahrein Merida. También equipos ya desaparecidos como el Sky o el Caisse d’ Espagne. De vez en cuando, los de otra época: el Reynolds o el US Postal. A otros les gusta subir con el maillot de su peña para fortalecer el sentimiento de pertenencia.

Subir a la Fuente de la Reina es como dirigirse hacia un objetivo definido de forma cristalina. Al final del puerto, espera una auténtica pared. Dependiendo de las fuerzas que se han guardado, se convierte en una alfombra roja hacia el interior del alma o en potro de tortura. El principio y el final se unen de ahora de forma clara. Siempre hay alguien que sube más rápido, más fácil y más relajado, pero eso no importa. Un puerto coronado es un estimulante poderoso para la autoestima. José ‘El Quillo’ Márquez, veterano ciclista malagueño de Ojén, esculpió el récord en 2002. Tras una subida como un torpedo, paró el crono en 36’05. La mitología es a los puertos lo que los huesos a un buen caldo. Dice la leyenda que una cervecera local ofreció durante muchos años una recompensa de 1.000 euros para quien fuera capaz de eclipsar la actual plusmarca. Miguel Solis, que organiza todos los años la subida a la Fuente de la Reina, una prueba con aroma a ciclismo de antaño, ni confirma ni desmiente. «El tiempo que hace uno en la Reina es como una carta de presentación. Siempre ha sido así en Málaga y lo seguirá siendo», afirma.

FUENTE: Matías Stuber